Llegaste a mi camino cuando éste era un resquebrajado desierto, en el invierno de mis días, cuando nada tenía sentido más que el dolor de una amor perdido y marchitado. Miles de fibras del corazón depositadas en cada acto de mi ser fueron entorpeciendo mi caminar, y nada podía salvarme, nada excepto tú.
Desconoces el efecto que causaste en mi, y no te das por enterado que salvaste mi vida de un cruel y angustioso final; muchas veces nos damos por vencidos cuando lo creemos todo perdido, cuando el dolor no te deja ver más allá de tu piel, de tu sombra y tu desdicha, pero llega quien puede desbloquear cada uno de tus obstáculos solo con ser como es, con la simpatía de la sonrisa, la buena vibra de su alma.
Tu mente solo se centra en ver y compartir cada segundo con esa persona que sin siquiera proponérselo ilumina tus días, esperas con ansias el momento en que deberán encontrarse por intereses en común, y ese roto corazón comienza a unirse, a pensar, a desear la vitalidad de los días en que la felicidad es el motor que lo mueve. Un corazón que ha aprendido de la experiencia y que quiere volver a enamorarse.
Solo falta que te des cuenta de esta locura que nace en mi pecho, que te fijes en la dulzura que provocas en mi con tu mirada, que sientas que mi corazón en cada latido te llama y grita tu nombre, que cuando me tomas la mano todo mi cuerpo se estremece.
Date cuenta y déjate llevar por el compás de nuestros corazones en armonía.
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