Un día me levanté y dije: hoy será un día especial. Me vestí de una forma muy cómoda, agradable, porque es cierto que para recorrer el día a día vestimos acorde a la situación y no de acuerdo a nuestra comodidad, es por eso que me puse unas calzas, una polera y zapatillas y salí a caminar.
No sentía hambre, no sentía frío ni calor, el sueño o el cansancio no eran parte de mí, solo tenía una necesidad urgente de estar conmigo misma. Llegué al parque más cercano y me puse a mirar los árboles, como era temprano nadie perturbó mi contemplación. Caminé con las manos en los bolsillos del polerón aspirando el poco aire limpio que pude y da la casualidad que era un día despejado pero con un poco de frío, un clima agradable.
De pronto sentí las ganas de recostarme en el pasto, así que me senté para luego estirarme en el suelo, sentí la frescura de la naturaleza atravesar la ropa y abrir la sensibilidad de mi piel, erizando cada centímetro. Abrí los brazos y cerré mis ojos, a la vez que inspiraba profundamente. Fue una sensación de libertad y al mismo tiempo de conexión con el mundo. Solté el aire que llenaba mis pulmones y sentí el peso de los árboles que me rodeaban sobre de mi pecho.
Por las yemas de mis dedos penetraban las gotas de agua y vida, de rocío del césped. Cuando por fin abrí mis ojos me encontré con un hermoso cielo enmarcado por árboles, solo podía perderme en esa inmensidad celeste con algodones blancos. Trataba de mirar más allá, de encontrar el límite del cielo.
Fue en ese momento cuando, conectada con la naturaleza y el cielo, escuché la voz de mi alma, esa dulce voz que me decía que me conocía por completa, que las decisiones que he tomado han sido las correctas, no porque me hayan llevado siempre al éxito, si no porque las he hecho con mi corazón y he logrado aprender de mis faltas y equivocaciones.
Me dijo también que no debo temer, que no debo arrepentirme de las cosas que hago, me gritó lo especial que soy y me susurró lo mucho que valgo. Me llevó a recorrer los momentos tristes de la semana y me aconsejó cómo curar las heridas, cuando recorríamos lo bueno de los últimos días la dejé de escuchar, el sonido de las risas enmascaraban cualquier otro sonido. "¿Te das cuenta de la alegría que provocas en los corazones?" me dijo, "no creí que fuese así" le contesté, "Cree en ti misma, todos deberían hacerlo, así podemos ser más felices y entregar felicidad a los demás".
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