En las mañanas que no son ni frías ni calurosas, con este clima loco, cantan los pájaritos cerca de mi ventana, siempre he sentido curiosidad en saber cómo son, por qué cantan así, con esas armonías que alegran mis despertares cuando hay un agotador y no siempre felíz día por delante.
Mi curiosidad continúa por el misterioso andar de los sonidos, aunque debo dejar claro que también me concentro bastante en observar y escuchar los fenómenos. Allá afuera hay alguien que pasa con un coche, los gatos piden comida, pelean los perros, suenan puertas al cerrarse, quizás llora un niño, pero definitivamente ya no escucho a los pajaritos. Mi curiosidad le gana a mis deseos de persistir en la cama y hace que me levante, corra la cortina y vea hacia la calle si mis predicciones son ciertas. Solo algunas son ciertas, debo afinar mi oído.
Por suerte no soy un gato, ya estaría muerta.
La curiosidad va de la mano con la ansiedad, con el deseo de descubrir y conocerlo todo, de tener el control quizás. Me gustaría saber qué es lo que piensa cada persona que veo en la calle, y qué piensa un perro o una tortuga...¿realmente pensarán? nunca lo sabré, y esa es la peor parte de la infinita curiosidad, que nunca lo sabrás todo y muchas veces debes conformarte con solo ser una más dentro de la masa de la incertidumbre.
